A pocos días de la movilización convocada por la Iglesia Católica y la Confraternidad Evangélica de Honduras, prevista para el 16 de agosto, se intensifican las denuncias sobre posibles intentos del oficialismo de interferir en el acto, originalmente concebido como un espacio de oración por la paz, la unidad nacional y la defensa de la democracia. La situación ha encendido alarmas en sectores religiosos y ciudadanos, en medio de un clima de creciente polarización política e institucional.
Preocupación por indicios de politización gubernamental
A pesar de que los organizadores han enfatizado que la manifestación no permite consignas partidistas ni símbolos que no sean la bandera nacional, funcionarios alineados con el gobierno y miembros del partido Libertad y Refundación (LIBRE) han expresado abiertamente su deseo de participar, viendo la actividad como una forma de “resistencia” ante supuestos adversarios políticos. Entre ellos, sobresalen las declaraciones del vicecanciller Gerardo Torres Zelaya y del director de la Administración Aduanera, Fausto Cálix, quienes en redes sociales han enmarcado su participación en una narrativa de combate contra “fuerzas golpistas y narcotraficantes”.
Esta posición ha causado inquietud entre los organizadores, quienes temen que la protesta pierda su esencia espiritual y de comunidad, similar a lo que pasó en ocasiones pasadas, cuando la intervención de grupos cercanos al gobierno alteró la intención inicial de otras concentraciones. Además, existen acusaciones sobre posibles medidas de intimidación impulsadas por sectores con afinidad al oficialismo para desalentar la asistencia o modificar el mensaje principal del evento.
Declaración de las iglesias: determinación ante el proselitismo
Los dirigentes religiosos han enfatizado la importancia de mantener la independencia política de la manifestación. Tanto el arzobispo de Tegucigalpa como el presidente de la Confraternidad Evangélica han indicado que la marcha permitirá únicamente banderas nacionales y citas bíblicas, instando a todas las partes a honrar el carácter espiritual y la unidad de la invitación.
La posición de las iglesias subraya que el objetivo de la marcha es elevar el clamor por la paz social, el respeto a la voluntad popular y la defensa del marco democrático, sin convertirse en plataforma de confrontación ni espacio de propaganda electoral. Desde su perspectiva, cualquier intento de manipulación política de la manifestación constituye una amenaza al ejercicio libre de la fe y la participación ciudadana.
Panorama político caracterizado por tensiones institucionales
Este suceso se desarrolla en un ambiente de creciente presión política e institucional, a escasos meses de las elecciones generales. Diferentes expertos señalan que la táctica del partido oficialista de incluir a sus grupos en eventos organizados por actores independientes obedece a una lógica de instrumentalización política, con el objetivo de mostrar poder y difuminar las fronteras entre el Estado, el partido y la sociedad civil.
La decisión de los partidos Nacional y Liberal de no asistir físicamente a la movilización responde a esta misma preocupación. Aunque han respaldado la marcha en términos simbólicos, han optado por no participar directamente, para evitar contribuir a la creciente polarización y garantizar que el acto conserve su esencia apolítica.
Un punto crucial para la libertad de expresión y la solidez institucional
El 16 de agosto se organiza una manifestación considerada un desafío para la concordia democrática en Honduras, en un contexto donde varios segmentos de la sociedad observan indicios de deterioro institucional, control de espacios ciudadanos y disminución de las seguridades relacionadas con la libertad religiosa y de expresión.
El desarrollo de la movilización y las reacciones que genere pondrán en evidencia el nivel de tolerancia política y el compromiso real de los actores institucionales con los principios democráticos. En medio de este panorama, crece la exigencia de amplios sectores sociales para que se garantice una jornada pacífica, sin injerencias ni provocaciones, que permita a las iglesias y a la ciudadanía expresar su mensaje sin distorsiones ni instrumentalización.